10 feb 2009

Entrevista a Jordi Soler, Diciembre 2008...


Jordi Soler

¡YO MATE A ESE PERSONAJE!

Para alguien que le teme a los aviones, unos estantes llenos de libros representan gran tranquilidad. Pero para alguien que huye de la fama y el reconocimiento superficial, las entrevistas son casi tan vertiginosas como la altura. La crítica europea lo ha favorecido, y ahora, llega a México con La última hora del último día.


Jordi Soler nació en la selva de Veracruz en una comunidad de republicanos catalanes conocida como La Portuguesa. Lo conocemos por sus trabajos literarios y programas de radio. Ahora vive en Barcelona y nos recibe con una sonrisa sobria en la Ciudad de México. En pocos minutos, el teatro de la librería queda vacío, y Jordi ve con reserva a los dos únicos acompañantes: la grabadora y su dueña.

En tu última obra hay muchos referentes que se pueden interpretar como parte de tu vida. ¿Es autobiográfica tu novela, Jordi?

Yo diría que es una novela basada en personas y en acontecimientos reales, pero acomodados en la ficción. En este caso, el narrador nació en el mismo sitio que yo y con una familia parecida a la mía; además, ha pasado más o menos por las mismas cosas que yo.

¿Marianne existió en tu vida?

Era la hermana de mi madre, ¡mi tía! Mi madre nació en Barcelona, y después nació mi tía en Veracruz.
¿Cómo fue tu relación con tu tía?

De golpes. Sí, era una persona muy volátil y tenía una mentalidad de niña. Aunque era una adulta cuando yo nací, le cayó muy mal que hubiera otro niño en la casa.

¿Qué tan importante fue la influencia de las mujeres en tu vida?

Muy importante, y no sólo la tuvieron sino que la tienen. Están mi hija, mi esposa y mi madre, de quien uso el apellido.
Son influencias distintas…
Sí, por ejemplo, cuando nació mi hija, me di cuenta de que estaba tocando todas las teclas posibles del amor a una mujer, porque mi hija me hizo ver y poner en perspectiva lo que he sentido por las mujeres, que es mucho. Y también, hay otra influencia femenina más grande y más vieja.

¿Una mujer?

¡No! Barcelona. Barcelona es una especie de útero para mí; es una ciudad muy femenina, con una joven frágil. Además, es la ciudad donde nacieron mi madre y mi hija. La Barcelona de la generación de mi madre no me gusta, porque es muy triste, vulnerable, de donde echaron a mi familia, y ahí se quedó otra familia con la que no quiero tener ninguna relación. Me interesa mucho la Barcelona de mis hijos, la de ahora, la mía. ¡Mi amada mujer!

¿Y a México (la ciudad) también la ves como una mujer?

Como una mujer, no. No es una mujer. México tiene una agresividad de asesino serial. Es una ciudad que me encanta, aquí viven mis padres, y vengo cada año, pero encuentro la vida muy difícil aquí.

¿Cómo es tu vida en Barcelona?

Barcelona es una ciudad provinciana, vives como en un pueblo. Cuando llevo mis hijos al colegio, que es algo que me encanta hacer, nos saludamos con todo mundo. Claro, también es una ciudad muy activa culturalmente, y si no te da la gana ser provinciano, eres cosmopolita en un minuto, pero a mí me gusta ser provinciano.

¿Y a qué hora escribes?

El sistema educacional español es perfecto, porque los niños se van a las ocho y media de la mañana y regresan a las cinco de la tarde; ésas son mis horas de trabajo. Me gusta terminar cuando ellos llegan, para hacer cosas juntos.

Dices que tus hijos te dan la fuerza para escribir, pero sólo escribes cuando ellos no están en casa, ¿Por qué?
De pronto, me parece que el trabajo del novelista se parece al del tenista: es un tipo solo, con mucho tiempo para pensar que está haciendo algo bien o que lo está haciendo todo mal. Con una novela, se necesita una resistencia emocional enorme para confiar en tu trabajo y no decepcionarte si después de un año todo lo que has hecho no sirve.

¿Incluirías en tus historias a tu esposa y a tus hijos, como has hecho con tu mamá, tu tía o con tu abuelo?

No, para nada, tendría que escribir una novela doméstica. La realidad son los hijos: la realidad eres tú metiendo a tu hijo a una bañera porque tiene 40 grados de fiebre, ésa es la realidad. Lo demás es ficción.

En España, alejado de la atención pública, ¿no extrañas ser el personaje famoso, el líder de opinión de la radio?

Mi periodo en radio resultó ser muy divertido, pero fue una aventura de juventud. Llegó un momento en que tuve que elegir entre seguir siendo escritor o tirarme a ser una figura mediática, y la verdad es que llevo muy mal la fama, no me gusta nada. ¡Yo maté a ese personaje de la radio para dedicarme a escribir bien!

¿Has vuelto a escribir poesía?

Sí, pero la poesía me produce algo que no comprendo. Me hace decir cosas que tal vez no quiero; es solo un momento de inspiración, caótico, fuerte y dominante. La verdad es que el acto de escribir poesía es muy poco placentero para mí, porque siempre me estoy sorprendiendo de coas que salen de mí; es como un autoanálisis.

¿Por ejemplo?

Hay un poema que escribí, que se llama “Instrucciones para convertirse en santo”. Es un texto donde cuento cómo estoy recuperándome de una tragedia amorosa. Le recomiendo al lector de ese poema que tenga gatos y que riegue sus plantas, que regrese a los principios de la vida. Al final, hay una línea que me desconcierta mucho, porque yo soy pagano, soy de los que no creen en nada que no vea (más bien eres agnóstico, aportación del beto cronopio). La última línea del poema dice algo así como irse a la cama y pedirle a Dios que me despierte el lunes del año que viene. AMÉN. ¡Imagínate! Si yo nunca hablo de Dios, ni he dicho amén ni he ido a misa.

En lo que sí crees es en la música que emiten las novelas. ¿ A qué suena tu novela La última hora del último día?

Creo que a John Coltrane; de hecho, está escrita sobre un solo de jazz de John Coltrane. He plagiado a John Coltrane (risas).

Bueno, eso significa que tu novela es tan compleja como un buen Jazz.

Sí, porque por otra parte, también encuentro que el jazz es un arte que se parece mucho a narrar historias. Hay una narrativa en los buenos solos de jazz de Coltrane, siempre los hay. Por eso, me siento más pariente de un saxofonista que de un cineasta. Mis novelas las siento muy parientes de la música.

Pareces una persona muy sensible, ¿lloras fácilmente?

Sí, sí, sí. No sólo en el cine, que ya es un clásico, sino en abstracto, así nomás de repente. Hay música que me hace llorar; incluso, he pasado vergüenzas: a veces estoy en un concierto y parezco un tonto de tanto que lloro y lloro. Esta vulnerabilidad me afecta en mi faceta pública. Por ejemplo, no soporto verme reflejado en otros lados, por eso procuro no leer las entrevistas que me hacen… porque siempre discrepo de mi mismo.

Después de vivir tanto en varios países, ¿hay algo que aún te dé miedo?

Sí, volar.

¿Y emocionalmente?

Supongo que le temo a algunas cosas, pero procuro no entrar ahí. La verdad, soy emocionalmente muy dependiente de las personas que me quieren y de quienes quiero. Prefiero vivir eso, sin escarbar mucho en la verdad.

No hay comentarios.: