No hay manera de describir la experiencia Galás de forma objetiva, por que es una vivencia subjetiva; y no se me ocurre otra cosa más que describir emociones.
¿Los asistentes fuimos Invitados?
No, vouyeristas, quienes, en el más franco cinismo, se instalaron en la sala donde reposa su piano. Ese piano subyugado y obediente que le pertenece por completo desde el momento en que ella le concede vida propia.
De la oscuridad aparece la inconfundible silueta que poseerá nuestros sentidos. Se escuchan aplausos que suenan casi temerosos y callan repentinamente con solemnidad autoimpuesta. La penumbra se fragmenta con haces de luz roja y el silencio se rompe con las primeras notas del piano.
Hipnosis colectiva. Una bruma de hielo seco toma formas caprichosas que no son casualidad, "ellos" los que la escoltan, los que la rondan, los que la ciñen… toman forma vaporosa.
Pequeños dragones soplan fuego y se desvanecen, entonces, ante nuestros ojos, la mujer, la diva, se transfigura en diosa perversa, en bruja de antiquísimo conocimiento que lanza conjuros entre sombras enmascaradas ¡es una bestia que ni siquiera nos mira para saber que nos tiene hechizados!
Su voz resuena y se convierte en el eco de cientos de aves que gimen con doloroso júbilo; lenguas de vaho se expanden hasta lo más profundo de la sala. Silencio. Silencio que cae bajo gritos y aplausos extasiados en un placer casi morboso.
El ritual se sucede tras cada interpretació n. Los nervios se crispan entre fantasmas y notas de una gravedad abismal; sus manos revolotean suavemente sobre el filo del piano y la luz convulsiona en ámbar. Un ojo cuelga de la nada, mira a la audiencia, que somos nosotros; nos mira y se regocija con la visión de nuestro cuerpo etéreo desdoblado por encima de nuestras cabezas. Las emociones van y vienen sin voluntad, ella lo desgarra todo con su voz.
Setenta y tantos minutos de un ritual donde ella no toca música, ella es la matrona que le ordena a las notas parir sonidos.
Al finalizar, el público se reincorpora, nos reincorporamos, entre pequeños espasmos para volver a la noche, a nuestra cotidiana noche.
Cuando salimos de ahí, no sé por qué, o quizás si... recuerdo lo que mi madre dijo:
"Si vas a ver a esa mujer, saliendo de ahí, pídele perdón a Dios..."
¿Los asistentes fuimos Invitados?
No, vouyeristas, quienes, en el más franco cinismo, se instalaron en la sala donde reposa su piano. Ese piano subyugado y obediente que le pertenece por completo desde el momento en que ella le concede vida propia.
De la oscuridad aparece la inconfundible silueta que poseerá nuestros sentidos. Se escuchan aplausos que suenan casi temerosos y callan repentinamente con solemnidad autoimpuesta. La penumbra se fragmenta con haces de luz roja y el silencio se rompe con las primeras notas del piano.
Hipnosis colectiva. Una bruma de hielo seco toma formas caprichosas que no son casualidad, "ellos" los que la escoltan, los que la rondan, los que la ciñen… toman forma vaporosa.
Pequeños dragones soplan fuego y se desvanecen, entonces, ante nuestros ojos, la mujer, la diva, se transfigura en diosa perversa, en bruja de antiquísimo conocimiento que lanza conjuros entre sombras enmascaradas ¡es una bestia que ni siquiera nos mira para saber que nos tiene hechizados!
Su voz resuena y se convierte en el eco de cientos de aves que gimen con doloroso júbilo; lenguas de vaho se expanden hasta lo más profundo de la sala. Silencio. Silencio que cae bajo gritos y aplausos extasiados en un placer casi morboso.
El ritual se sucede tras cada interpretació n. Los nervios se crispan entre fantasmas y notas de una gravedad abismal; sus manos revolotean suavemente sobre el filo del piano y la luz convulsiona en ámbar. Un ojo cuelga de la nada, mira a la audiencia, que somos nosotros; nos mira y se regocija con la visión de nuestro cuerpo etéreo desdoblado por encima de nuestras cabezas. Las emociones van y vienen sin voluntad, ella lo desgarra todo con su voz.
Setenta y tantos minutos de un ritual donde ella no toca música, ella es la matrona que le ordena a las notas parir sonidos.
Al finalizar, el público se reincorpora, nos reincorporamos, entre pequeños espasmos para volver a la noche, a nuestra cotidiana noche.
Cuando salimos de ahí, no sé por qué, o quizás si... recuerdo lo que mi madre dijo:
"Si vas a ver a esa mujer, saliendo de ahí, pídele perdón a Dios..."
Marie Pain (mlr- Feb, 2010)
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