Por Leonardo Boffque...
Una joven y talentosa actriz de una novela muy popular, Isabelle Drummond, siempre que fracasan sus planes, usa la expresión: «Es la tiniebla». No me viene a la mente otras palabras al ver el melancólico desenlace de la COP-15 sobre el cambio climático en Copenhague. Sí, la humanidad ha penetrado en una zona de tiniebla y de horror.
Estamos yendo al encuentro del desastre. Años de preparación, diez días de discusión, la presencia de los principales líderes políticos del mundo… no han sido suficientes para disipar la tiniebla mediante un acuerdo consensuado para reducir los gases de efecto invernadero que impida llegar a los dos grados centígrados de aumento. Sobrepasado ese nivel y rozando los tres grados, el clima ya no sería controlable y quedaríamos entregados a la lógica del caos destructivo, amenazando la biodiversidad y diezmando millones y millones de personas.
El presidente Lula, en su valiente intervención el mismo día de la clausura, el 18 de diciembre, fue el único que dijo la verdad: «Nos ha faltado inteligencia» porque los poderosos prefirieron negociar ventajas a salvar la vida de la Tierra y de los seres humanos. Obama no trajo nada nuevo. Fue imperial, al imponer minuciosas condiciones a los pobres.
Dos lecciones se pueden sacar del fracaso en Copenhague: la primera es la conciencia colectiva de que el calentamiento planetario, del cual todos somos responsables, pero principalmente los países ricos, es irreversible. Y que ahora somos también responsables, cada uno en su medida, del control de ese calentamiento, para que no sea catastrófico para la naturaleza y para la humanidad. Después de Copenhague la conciencia colectiva de la humanidad nunca más será la misma. Si irrumpió esa conciencia colectiva, ¿por qué no se llegó a ningún consenso?
Aquí surge la segunda lección que hay que sacar de la COP-15 de Copenhague: el gran villano es el modo de producción o modo capitalista, mundialmente articulado, con su correspondiente cultura consumista. Mientras se mantenga, será imposible un consenso que coloque en el centro la vida, la humanidad y la Tierra. Lo que cuenta para él es el lucro, la acumulación privada y el aumento del poder de competición. Hace tiempo que distorsionó la naturaleza de la economía como técnica y arte de producción de los bienes necesarios para la vida, y la transformó en una técnica brutal de creación de riqueza por sí misma sin ninguna otra consideración. Esa riqueza ni siquiera es para ser disfrutada sino para producir más riqueza todavía, en una lógica obsesiva y sin freno.
Además, el capitalismo es incompatible con la vida. La vida pide cuidado y cooperación. El capitalismo sacrifica vidas, crea trabajadores que son verdaderos esclavos “pro tempore” y usa trabajo infantil en varios países. Los negociadores y los líderes políticos en Copenhague fueron rehenes de este sistema, que trafica, quiere obtener lucros, y no duda en poner en peligro el futuro de la vida. Su tendencia es autosuicida. ¿Qué acuerdo podrá haber entre el lobo y el cordero, es decir, entre la naturaleza que grita por respeto y quienes la devastan sin piedad?
Por eso quien entiende la lógica del capital no se sorprende con el fracaso de la COP 15. El único que levantó su voz, solitaria, como un «loco» en una sociedad de «sabios», fue el presidente Evo Morales, de Bolivia: «O superamos el capitalismo o destruirá a la Madre Tierra».
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